14 noviembre 2007

Cinco minutos

La ducha madrugadora antes de ir a trabajar es mi momento más intimista de la jornada. Acostumbrado a repetir los mismos movimientos cada día cuando me levanto y me aseo, mecánicos y rutinarios donde los haya, los hago ya sin pensar, y eso me deja un hueco libre para reflexionar sobre lo divino y lo humano, sobre lo importante y lo urgente, sobre lo que voy a hacer hoy y lo que debería hacer hoy, sobre mis taras y mis desencantos, sobre mis problemas y sus soluciones, si es que las hay, y sobre esa cosa que llamamos vida.



Eso sí, justo antes de poner las neuronas a funcionar, me paso cinco minutos bajo el agua, con la cabeza gacha, sin pensar en absolutamente nada. Encefalograma plano. Simplemente pones todos tus sentidos en notar como las gotas pasan por tu cuerpo, llegan a la bañera y desaparecen por el desagüe. Esos cinco minutos son absolutamente imprescindibles para afrontar el día que me espera. Son cinco minutos catárticos, puros, libres. Que no falten nunca.

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