24 enero 2010

Los sonidos de la madrugada

Debido a mis ya legendarios problemas de sueño y de espalda que todos conocéis a poco que me leáis aquí o en el dospuntocerismo, raro es el domingo que no estoy despierto y levantado más tarde de las 7 AM. Siempre hay excepciones muy excepcionales (sobre todo cuando he salido a darlo todo la noche anterior), pero por norma general, los ojos como platos desde antes de que cante el gallo. Supongo que a algún otro Dinki de mediana edad también le pasará ...

Aunque a primera vista puediera parecer una pequeña tragedia levantarse pronto los fines de semana, y yo lo he llegado a considerar un problema al principio, alguna ventaja hay, y hoy hablaré de una de ellas, porque de los inconvenientes suelo hablar siempre y hay que compensar. A parte de lo largo que se te hace el día festivo si madrugas y vences a la siesta, la principal ventaja de vivir las madrugadas del domingo es el silencio. Solo se oyen las teclas y el casi imperceptible ruidito del motor del frigorífico. Ni siquiera se oyen los pajaritos, es demasiado pronto. Es un momento vital solo para tí. Con silencio se reflexiona mejor, si lo que quieres es reflexionar. Si ni siquiera quieres eso, las teclas, un buen libro o la música suelen ser la salvación.

Luego, según transcurren cadenciosos los minutos y las horas, ves como amanece, ves como la ciudad despierta, y los sonidos cambian. Tampoco molestan, pero son diferentes. Son esas dos o tres horas que pueden ir de las 6:30 o 7:00 AM a las 9:00 o 10:00 las que te permiten darte el lujazo de no oir nada, o más bien de oirte a tí mismo, que a veces es más necesario de lo que pensamos.

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