31 julio 2013

Ya no hay temporal que capear

A veces, cuando estás regulero, ves todo peor de lo que realmente es. Vives en una realidad sesgada, parcial, autoinducida. Te montas un mundo particular, el tuyo propio, y la cabeza comienza a divagar. Y te enrocas en tus pensamientos negativos. Sí, puede haber motivos reales que pueden marcar, los hay de hecho, problemas, sinsabores, decepciones, las vida no es fácil, pero por mucho que te digan que las cosas no tienen porque ser cómo tú las percibes, el caso es que las ves cómo las quieres ver. Y le das importancia a cosas que no la tienen tanto. Y ves fantasmas por todos los lados pensando en lo peor. Y te pones nervioso. Y te derrumbas. Y la cagas, porque quizás las cosas no son cómo piensas, o por lo menos no cómo parecen.

Pero, afortunadamente, llega un momento en el que alguien, normalmente alguien que te aprecia y/o quiere, o algo, un detalle, una vivencia, un texto escrito, lo que sea, te hacen ver esa situación, que parece el puto fin del mundo, con otra perspectiva. Algo hace clic en tu cabeza y toda la dinámica cambia. Hoy iba a publicar un post totalmente diferente sobre gestión de mi crisis, sobre un sesudo modelo de adaptación y mejora, analizando todo con lupa y poniendo parches a los problemas, ya fueran supuestos o reales, y sobre todo justificándome. Y, en cierto modo, autocompadeciéndome.

Pero he decidido no hacerlo. He perdido unos cuantos días con esta dinámica negativa. Y he perdido tranquilidad de mente y espíritu. No pienso perder nada más. Se acabó. Así de simple. Se acabó. Todavía no estoy bien del todo, pero trabajaré con toda mi alma para estarlo y para volver a mi senda de positividad e ilusión que comencé hace un tiempo. Por los que me rodean. Por los que quiero. Por los que me quieren. Pero sobre todo por mí mismo. Mañana empiezo de nuevo. Y triunfaré.

Y cómo diría el gran Jorge Drexler. Nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma.



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